Atenas… ¡Cuántas ganas le teníamos a la capital griega! Nos despedíamos de Albania participando durante unos 40 kilómetros por lo que parecía el Rally de Berat a bordo de un minibús que, rato después, nos dejaría en una área de servicio en medio de una autopista. Allí teníamos que esperar a que nos recogiera otro autobús, para poner rumbo a la capital de los Dioses, Atenas. Una de las ciudades más históricas, con más de 3000 años de antigüedad.
Eso sí, sólo nos quedaban unas 13 horas con el culo pegado al asiento para llegar a tan deseado lugar.
Antes de que llegara el autobús, cosa que tenía mis dudas porque hacía como una hora que estábamos a pie de autopista viendo pasar decenas de ellos sin pararse ninguno, tuve la oportunidad de hablar con un hombre griego que se tuvo que ir a trabajar a Albania y que ahora iba a visitar a su familia y a llevar algo de dinero a casa para su mujer y sus hijos pequeños. El hombre estaba nervioso perdido por ver a los suyos, ya que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se vieron.
Cruzando la frontera entre Albania y Grecia
Eran alrededor de la 1 de la mañana cuando antes de salir de Albania, los policías fronterizos nos hicieron bajar del autocar y sacar todas nuestras pertenencias, vaciando el maletero para proceder a un exhaustivo registro del vehículo, mientras otros tantos con un par de perros dando vueltas y oliendo los equipajes, lo hacían para ver que había en el interior de cada una de las maletas, mochilas y bolsas de los pasajeros.
Cuando por fin acabó el registro de equipajes, fuimos a que nos registraran a nosotros. No sabemos el motivo pero un par de personas que habían delante nuestro no les dejaron cruzar la frontera. Mirando atrás vimos al hombre con el que había estado hablando y el pobre estaba que no se aguantaba, sufriendo por si tampoco le dejaban continuar. Al final, los nervios del hombre se convirtieron en saltos de alegría mientras caminaba hacía el autocar levantando los brazos y sonriéndonos.
Llegada a Atenas y caos para encontrar alojamiento
08:30h de la mañana. Se suponía que habíamos llegado a Atenas. Yo como un niño esperando a que llegue la cabalgata de los Reyes Magos solo hacía que mirar por la ventana para ver si divisaba el Partenón en lo alto de algún pico, aunque sin fortuna. Ya no sabíamos si estábamos en Atenas o dónde estábamos. Lo único que sabemos es que bajamos del autocar hechos un cuadro y bastante cansados.
Era un viernes de junio y hacía un calor sofocante. Por si fuera poco, no teníamos ningún alojamiento en Atenas reservado. Nuestras primeras horas en la capital griega se presentaban de lo más interesante. Al poco de bajar del autocar, preguntamos a un par de personas pero no sé si es que habían dormido peor que nosotros o qué, pero ni ellos mismos se encontraban en el mapa. Lo único que teníamos era el nombre de tres hostels apuntandos.
La primera caminata nos la pegamos para llegar hasta el primer hostel, total para decirnos que estaban completos. Todavía quedaban dos opciones más en nuestra lista. Dos opciones que para lo único que sirvieron fue para hacer ejercicio de buena mañana, en ayunas y cargados con las mochilas.
Como no hay mal que por bien no venga, en el último hostel al que entramos y que no tardamos en salir, porque igual que los dos anteriores no tenían habitaciones libres hasta el lunes, nos paramos un momento a pensar qué podíamos hacer. En ese instante vimos que entraba otro chico y que tardó en salir nada. Y detrás de él, otro, que casi no llegó ni a entrar.
Dicen que la unión hace la fuerza. Pues ahí estábamos nosotros dos y los dos chicos. Thiago, brasileño, y John, alemán. Nos fuimos desde el barrio de Metaxourgeio que era donde nos encontrábamos, hasta el barrio de Plaka andando (unos 3 kilómetros) en busca de un sitio donde dormir. Por el camino fuimos preguntando en varios hostels y hoteles y la respuesta siempre era la misma. Todo completo hasta el lunes. Ya no solo no sabíamos donde íbamos a dormir esa noche, si no que tampoco teníamos alojamiento para la siguiente. Rápido me veía durmiendo en el sofá de la recepción de algún hotel. Aunque no creo que a nuestro amigo Thiago le importara mucho. La noche anterior había dormido supuestamente en “couchsurfing”, durmiendo en un taller de motos, sentado en una silla…
Llegamos a entrar a un hostel que eso parecía… yo que sé lo que parecía. Da igual. La cuestión es que tampoco tenía sitio. El lugar lo regentaba un indio que le explicamos la situación y hasta nos ofreció dormir en colchonetas en el suelo de la recepción… jajajaja. Le agradecimos su propuesta y le dijimos que si no encontrábamos nada, allí nos veríamos.
En el barrio de Plaka, fue la misma historia. No solo estaban completos, si no que además esa zona es bastante más cara para alojarse. Alojamiento en Atenas hay a patadas, pero al precio máximo que desearías pagar para viajar con mochila, hay menos. Y si es vísperas de fin de semana y en verano, ya te cagas.
Ese día aprendimos una lección. «No visitaré un lugar turístico un fin de semana en pleno verano, sin tener como mínimo una noche de alojamiento reservada».
Llevábamos ya 2 horas juntos de caminata bajo el sol de Atenas en busca de alojamiento. En nuestro caso eran ya 3 horas, cuando volvimos de nuevo al principio de todo, al barrio de Metaxourgeio, a preguntar si alguien había cancelado alguna reserva en el hostel donde nos habíamos encontrado los 4. Y nada.
Ya casi a la desesperada, entramos a un hotel que no vimos horas antes y preguntamos. Era el Hotel Cosmos 3* y…¡¡¡tenían habitaciones!!! ¿¿¿Pero a qué precio??? ¡¡¡A 30€ la habitación doble con baño y balcón!!! No nos lo podíamos creer… ¡A tan solo 400 metros de dónde nos conocimos, teníamos habitaciones privadas a ¡15€ por persona!… casi lloramos de la emoción.
Conclusión: «Perdimos» 3 horas por no tener alojamiento reservado, nos habíamos recorrido casi media Atenas con mochila a la espalada, pero hicimos 2 nuevos amigos.
El caso es que era alrededor de la 1 del mediodía cuando por fin salimos los cuatro a comer, ya tranquilos, descansados y duchados, dispuestos a recorrer Atenas sin ninguna preocupación. Fuimos felices y comimos muchos gyros. ¡Ah! y teníamos habitación para las siguientes dos noches.